jueves, 9 de enero de 2014

Darjeeling y Varanasi


 Siguiendo con mi relato de las vacaciones, ahora les hablaré un poco de las ciudades que visité. Tan distintas, pero ambas igual de impresionantes.
  
 Darjeeling se encuentra al norte de la India, separando a ésta con Nepal. Aquí el calor se convierte en frío, las vacas en perros y cabras, las llanuras en montañas, los sarees en pantalones y chompas, esos ojos grandes con pestañas largas en ojos rasgados y las campanas y cánticos religiosos hindúes se convierten en mantras tibetanos. Las calles son estrechas, las gradas empinadas y las construcciones se levantan una al lado de la otra sin siquiera un metro de separación. Darjeeling se encuentra arriba en las montañas; el camino para llegar a este lugar parece ser un pedazo sacado de la película Siete años en el Tíbet. La tranquilidad, el silencio, el té y los chocolates son los elementos por los que se reconoce a esta ciudad, sin embargo, al llegar ahí te encuentras con mucho más. El sol y la luna se ven y sienten más que nunca, no hay a dónde subir, a menos que encuentres una escalera al cielo, solo hay cómo descender y si miras al frente...estarán los Himalayas, tan imponentes que parece, a veces, que están a palmos de distancia.



La vista desde mi Hotel por la mañana.


El tercer más alto Himalaya justo al frente.


Varanasi... ¿Qué puedo decir de Varanasi? Una ciudad hermosa conocida por tener las entradas más grandes y turísticas al Ganges y para mi fue ésto la ciudad: el Ganges. Estuve tres días y dos noches en este lugar y aquí fue dónde comencé a ver los pequeños y grandes rasgos que comparte la India. El sonido del pito de los carros, el singular olor de los bidis que fuman los transeúntes, los templos que puedes encontrar en cada esquina, el sonido de las ollas de arroz en la hora de almuerzo junto con el olor a curry, el tintineo de las campanitas que cuelgan como adorno en los tobillos de las muchachas,  el brillo en el cabello azabache de la gente causado por el aceite de coco, las sonrisas rojas de los hombres y mujeres que mastican tabaco, el olor al té en la tarde, la tranquilidad y seguridad del caminar de las vacas en medio de todo ese escenario, el millar de luces decorando por las noches y la cantidad de gente caminando sobre flores y basura.

 Al acercarse al Ganges una pequeña brisa calma el calor del día y hace frescas las noches, incluso las vacas parecen disfrutarla sentadas al borde de la orilla mirando al horizonte, parece que divagan acerca del sentido de la vida o, tal vez, solamente de la razón por la que son sagradas. La ciudad se une al Ganges por pequeños y grandes callejones cada pocos kilómetros; aquí el ruido parece ser tragado por el agua y en su lugar enciende el sonido de los pensamientos. El sol rojo y tomate del atardecer baña todo el río, a las casitas, a los templos, a los botes junto con sus dueños y, también, a los niños que se pasean ofreciendo velas para depositar al anochecer en el agua.

 Nunca voy a olvidar el paseo al atardecer en bote que hice en este río. Junto a un mono como compañero de tripulación (muy apto en caso de que cualquier problema se presentara) vimos como la gente se acerca bajando los escalones al río a lavar su ropa, a hacer ofrendas, a bañarse o tan solo a pasar un momento en compañía de las tantas historias que el río les ofrece. Al oscurecer comienzan las ceremonias de cremación. A las afueras de los templos que dan a la orilla, los familiares se reúnen a dejar que las llamas envuelvan los cuerpos de sus seres queridos para después dejar que el agua se los lleve y descansen en paz. A menos de cinco metros de esta ceremonia, está la ceremonia de la vida: tres hombres vestidos de blanco la ofician con la ayuda de varias mujeres que danzan con velas en sus manos. Mientras ésto ocurre, todos los botes se van acercando y anclando frente a la orilla para contemplar, desde el agua, este hipnotizante ritual. Al finalizar, saltando de bote en bote, regresas a tierra, donde puedes coger una de las muchas velas y depositarla en el río junto a las cientas que ya están. Éste se llena de ellas y a pesar de que la luz del atardecer ya no baña ni ilumina al Ganges, parece que el sol se ocultó en el fondo y que desde ahí desprende toda su luz ahora. Tal vez por esto los hindúes dejen allí a sus muertos, la luz de su atardecer se apaga, sin embargo, desde las profundidades vuelven a emanarla.





Ceremonia de Cremación.

Ceremonia de la Vida.

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